Multitudinaria despedida al Papa Francisco en la Basílica de San Pedro

Una larga y silenciosa corriente humana desciende por la nave central de la basílica de San Pedro. El cuerpo de Francisco, trasladado desde la Casa Santa Marta en la mañana del miércoles, descansa frente a una multitud que llega desde todos los rincones del mundo para darle el último adiós.


Hay rostros conmovidos, ojos cerrados en oración, lágrimas que brotan sin consuelo. El silencio domina el ambiente, a pesar de la presencia de miles de hombres y mujeres de distintas edades y nacionalidades. Algunos fieles permanecen de rodillas durante largo rato frente al féretro abierto del Pontífice; otros pasan las cuentas del rosario mientras el cuerpo de Francisco descansa con las manos unidas.
Un hombre sostiene en brazos a una niña, le habla al oído mientras ella observa detenidamente el rostro del Papa. Cerca, gendarmes facilitan el acceso de ancianos y personas con discapacidad. Una mujer de cabello blanco se seca las lágrimas con un pañuelo, tomada del brazo de su acompañante.
Ante la impresionante concurrencia, el Vaticano analiza extender el horario de visitas para permitir que más personas puedan despedirse del Papa que marcó un antes y un después en la Iglesia.
“Hoy era un deber venir a despedirme”, dice Francesco, un hombre de origen apuliano que vive en Roma. “Siempre tengo presente la palabra ‘misericordia’ que él nos enseñó. Sólo a través de la misericordia podemos vivir una vida serena, ayudando al prójimo”. Antes de viajar a visitar a sus padres ancianos en Apulia, quiso pasar a saludar al Papa que admiró por su lucha por el desarme y su compromiso con los migrantes. “Espero que ahora las grandes potencias escuchen su mensaje, hasta ahora desoído”, concluye, aún con los ojos humedecidos.
Desde Rumanía llegó Marius Krishan, teólogo ortodoxo que estudió en el Pontificio Instituto Oriental. “Francisco fue el pontífice de mi experiencia ecuménica. Tenía una importancia extraordinaria también para nosotros los ortodoxos”, explica. Destaca los gestos del Papa hacia otras confesiones, como el regalo de las reliquias de San Pedro al Patriarca Bartolomé, y sus visitas a Rumanía donde beatificó a mártires perseguidos por el comunismo.
La jovencísima Miriam, de apenas 14 años, asegura que siempre recordará la sonrisa de Francisco. “Por mi edad, sólo conocí a él como Papa. Me parece extraño pensar que ha muerto. Me siento afortunada de haber podido venir a verle. Siempre sonreía, incluso estando enfermo”, dice conmovida.
Para Annamaria Capasso, vecina de Roma desde el año en que Bergoglio fue elegido, la emoción es indescriptible. “Cuando lo vi abrazar a una persona frágil, me emocioné. Siempre me impactó su sencillez. Incluso los mensajes más difíciles que daba, como el llamado a acoger migrantes, llegaban con más fuerza desde un corazón puro como el suyo”.
Conmovidos, silenciosos, agradecidos. Así desfilan los miles de peregrinos que aún se acercan a San Pedro. No sólo para despedirse de un Papa, sino para agradecer a un hombre que, con su humanidad, transformó el rostro de la Iglesia.