El día que el mundo miró al sur: Jorge Bergoglio se convirtió en el primer Papa argentino

Una tarde fría y lluviosa cubría la Plaza de San Pedro, pero ni el clima logró opacar la expectativa global. A las 19.06 (hora local), una bocanada de humo blanco emergió de la chimenea de la Capilla Sixtina, y las campanas acompañaron los gritos de una multitud de 100.000 personas, mientras millones más miraban desde sus hogares. El mundo tenía un nuevo Papa. Lo que nadie imaginaba —o pocos se animaban a creer— era que ese Papa iba a hablar con acento porteño.


Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires, fue elegido como el sucesor número 266 de San Pedro y, con él, llegaron varios hitos: el primer Pontífice jesuita, el primero del hemisferio sur y el primer latinoamericano en liderar la Iglesia católica. Eligió llamarse Francisco, en honor a San Francisco de Asís, marcando desde su nombre un camino de sencillez y cercanía.
“Buenas noches”, fueron sus primeras palabras al mundo. “Mis hermanos cardenales han ido a buscar al obispo de Roma casi al fin del mundo, pero aquí estoy”. Con ese saludo cálido y sencillo, Francisco iniciaba un papado que desde el primer minuto dejó en claro su impronta: la del servicio, la austeridad y la cercanía con los más humildes.
La escena del balcón del Vaticano, con la sotana blanca, los zapatos rojos y un crucifijo sencillo, quedó grabada en la memoria colectiva. Así también, su pedido: que el pueblo rezara por él, antes de impartir su primera bendición.
Esa jornada quedó grabada como un momento bisagra en la historia moderna de la Iglesia. Francisco no solo rompió moldes geográficos y culturales, también abrió caminos nuevos con sus posturas sobre los grandes temas del mundo contemporáneo, su lucha contra la corrupción interna y su llamado constante a la hermandad universal.